Fue el inicio.
"No hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita serie de efectos."
Jorge Luis Borges
Han pasado casi cincuenta años. No
fue el primero ni el mejor libro que leí. Otros en mejor estado, calidad y
temas diversos, lo sitian. El resiste. Está
en el lugar más visible. Cada tanto lo abro y casi no llego a reconocer las letras de mi nombre en su primera página.
Era lector de todo lo que llegaba a mis manos.
Esperaba con avidez el periódico y semanario que llegaban a casa los viernes, -
solo ese día podíamos darnos el gusto- ,
que me aseguraba un fin de semana de lectura en sociedad con mi abuelo, emigrante español, carpintero autodidacta y comunista. Esto último, nunca me lo dijo, pero yo pensaba que otra cosa no se puede ser
cuando uno es emigrante español y carpintero.
No eran simples lecturas. El siempre
contribuía con comentarios y observaciones, exigiendo aportes críticos sobre
ellas. El autoritarismo político que vivíamos y sus recuerdos, muchas veces lo hacían llamar a silencio. La seguridad de la familia y no ganarse la enemistad de posibles
clientes y vecinos era trascendental.
A pesar de mi casi nula experiencia, creía
que él era un buen lector. Sus libros estaban desperdigados por su casa y siempre
pensé que sus lecturas eran muchos más que los libros que tenía y dejaba a mi alcance. No
tenía una biblioteca en su casa.
Veranos tórridos, tiempo disponible y búsqueda paciente y disimulada, me llevan a descubrir en sus libros, historias,
fracasos, victorias, miserias, aventuras, amores imposibles y posible y… lo maravilloso de la literatura erótica y el secreto de su lectura a escondidas.
Muchos de esos libros él los prestaba
sabiendo que no volverían. Yo entendía el préstamo, pero a diferencia de él, me
dolía la no devolución. Los libros los sentía como míos, pero no lo eran. No ocupaban
un lugar en mi mundo.
Otros, por seguridad, terminaban
prolijamente enterrarlos a la espera de mejores tiempos políticos. Yo imaginaba
que esos libros eran como sus viejos compañeros de lucha: cercanos, enterrados, desaparecidos.
En esa época la casa editora MIR de la
Unión Soviética, le permite, sin grandes gastos, tener abundante lectura y libros de obsequio
para mí y mis hermanos, pero de calidad literaria dudosa. Eran libros sin
dueño. Se perdían, olvidaban, prestaban.
No eran míos, no los había elegido, no los
sentía propios y no tenían su lugar.
Yo abrigaba la necesidad de tener
cerca y resguardar mis lecturas y secretos. Mi abuelo, cómplice de infinidad de
lecturas, español, carpintero y para mi…comunista, nunca me sugirió tener una
biblioteca. Él era el indicado para hacerla, pero no se la pedí.
Quizás por su historia y edad, los libros ya no eran parte de su vida. Yo
sentía, que al igual que sus trabajos como carpintero, los libros estaban en
sus manos solo de paso, para que luego otros,
los utilicen, disfruten, compartan y
mantengan.
En cambio, para mi perder algunos libros,
supone estar perdiendo una parte de mi pasado y limitando mi futuro, que consideraba
funcional a mis lecturas. Los necesitaba tener y releer. Era pensar mí mañana
con mucho del ayer.
Eran tiempos políticos difíciles y el
profesor de literatura no contaba con nuestra simpatía ni política ni afectiva.
Parte de sus colegas y estudiantes –y me incluyo- no lo considerábamos “políticamente correcto”.
Solo con su estética y aptitud ponía
distancia: prolijo, con traje y corbata,
bien peinado, calzado brillante. Su clase comenzaba y terminaba en hora,
cerraba la puerta del salón, pedía
silencio y no interrumpirlo, era exigente, nunca se apartaba del programa ni se
refería a temas no específicos de su materia. Siempre me lo imagine solo, en una casa grande y oscura. Era triste
y arrogante. Se decía apolítico, pero lo veíamos como un integrante de las “fuerzas oscuras del poder reaccionario”.
Esto último sin ninguna prueba. Personaje en
las antípodas de mi abuelo emigrante, español, carpintero y comunista.
No recuerdo su nombre, pero si sus
clases. Con él comencé a descubrir otra literatura y otras lecturas. No sé si
mejores o peores, pero si diferentes. En sus estructuradas clases, aparecía
siempre con dos o tres libros que estaban prolijamente forrados con papel
trasparente, que enfatizaba, evitan su deterioro pero que permite ver la tapa.
Comentar libros por fuera del
programa establecido era la única libertad que se daba en los últimos diez
minutos de clase y para mí era un disfrute. No parecía importarle si a los alumnos les interesaba lo que decía, pero con el descubrí autores y libros.
No recuerdo porqué en ese libro,
recomendado y comentado por un docente no querido, fue donde gasté aquel poco
dinero que me daban mis padres. No le hice caso y no lo forre con papel
transparente. Sus hojas ásperas y de muy mala calidad están amarillas, los colores
de su tapa casi no existen y sus puntas deterioradas. Pero su trama y personajes nunca se me olvidaron.
Ese libro, fue el inicio de “mi” biblioteca, con “mis” libros, que puede no ser
buena, pero es mía, guarda mis lecturas,
es mi respaldo laboral e intelectual y esconde secretos. Es mi historia, mis estudios, mis
aventuras. Es una biblioteca abierta
como lo hacía mi abuelo, pero –lista de
nombres mediante-lo que se va, tiene que volver.
Ese libro, “En el país de las sombras largas” de Hans Ruesch, recomendado por
un profesor que no era “políticamente
correcto”, no fue el primero ni el mejor de los que han pasado por mis
manos. Fue el inicio de muchos libros,
que yo elegí, compre, compartí y de una
biblioteca cuya primeras tablas fueron
puestas por aquel abuelo emigrante,
español, carpintero pero que hoy lo sé no era comunista y si anarquista.
Daniel Fernando Otero Carballo.
Montevideo-Uruguay