jueves, 20 de abril de 2017

                                                           Fue el inicio.

                            "No hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita serie de efectos."
                                                                                                                        Jorge Luis Borges  

Han pasado casi cincuenta años. No fue el primero ni el mejor libro que leí. Otros en mejor estado, calidad y temas diversos, lo sitian.  El resiste. Está en el lugar más visible. Cada tanto lo abro y casi no llego a reconocer las  letras de mi nombre en su primera página.
 Era lector de todo lo que llegaba a mis manos. Esperaba con avidez el periódico y semanario que llegaban a casa los viernes, - solo ese día podíamos darnos el gusto-  , que me aseguraba un fin de semana de lectura en sociedad con  mi abuelo,  emigrante español, carpintero autodidacta y  comunista. Esto último, nunca me lo dijo,  pero  yo pensaba que otra cosa no se puede ser cuando uno es emigrante español y carpintero. 
No eran simples lecturas. El siempre contribuía con comentarios y observaciones, exigiendo aportes críticos sobre ellas. El autoritarismo político que vivíamos y sus recuerdos,  muchas veces lo hacían  llamar a silencio. La  seguridad  de la familia y no ganarse la enemistad de posibles clientes y vecinos era trascendental.
A pesar de mi casi nula experiencia, creía que él era un buen lector. Sus libros estaban desperdigados por su casa y siempre pensé que sus lecturas eran muchos más que los  libros que tenía y dejaba a mi alcance. No tenía una biblioteca en su casa.
Veranos tórridos,  tiempo disponible y  búsqueda paciente y disimulada,  me llevan a descubrir en sus libros, historias, fracasos, victorias, miserias, aventuras, amores imposibles y posible  y… lo maravilloso de  la literatura erótica y el  secreto de su lectura a escondidas.
Muchos de esos libros él los prestaba sabiendo que no volverían. Yo entendía el préstamo, pero a diferencia de él, me dolía la no devolución. Los libros los sentía como míos, pero no lo eran. No ocupaban un lugar en mi mundo.
Otros, por seguridad, terminaban prolijamente enterrarlos a la espera de mejores tiempos políticos. Yo imaginaba que esos libros eran como sus viejos compañeros de lucha: cercanos,  enterrados, desaparecidos.
En esa época la casa editora MIR de la Unión Soviética, le permite, sin grandes gastos,  tener abundante lectura y libros de obsequio para mí y mis hermanos, pero de calidad literaria dudosa. Eran libros sin dueño. Se  perdían, olvidaban, prestaban. No eran míos, no  los había elegido, no los sentía propios y no tenían su lugar.
Yo abrigaba la necesidad de tener cerca y resguardar mis lecturas y secretos. Mi abuelo, cómplice de infinidad de lecturas, español, carpintero y para mi…comunista, nunca me sugirió tener una biblioteca. Él era el indicado para hacerla, pero no se la pedí.
 Quizás por su historia y edad,  los libros ya no eran parte de su vida. Yo sentía, que al igual que sus trabajos como carpintero, los libros estaban en sus manos solo de paso, para que  luego otros, los utilicen, disfruten, compartan y  mantengan.
En cambio, para mi perder algunos libros, supone estar perdiendo una parte de mi pasado y limitando mi futuro, que consideraba funcional a mis lecturas. Los necesitaba tener y releer. Era pensar mí mañana con mucho del ayer.


Eran tiempos políticos difíciles y el profesor de literatura no contaba con nuestra simpatía ni política ni afectiva. Parte de sus colegas y estudiantes –y me incluyo- no lo considerábamos “políticamente correcto”.  
Solo con su estética y aptitud ponía distancia: prolijo, con traje y  corbata, bien peinado, calzado brillante. Su clase comenzaba y terminaba en hora, cerraba la puerta del salón,  pedía silencio y no interrumpirlo, era exigente, nunca se apartaba del programa ni se refería a temas no específicos de su materia. Siempre me lo imagine  solo, en una casa grande y oscura. Era triste y arrogante. Se decía apolítico, pero lo veíamos como un integrante de las “fuerzas oscuras del poder reaccionario”. Esto último sin ninguna prueba. Personaje en  las antípodas de mi abuelo emigrante, español, carpintero y comunista.
No recuerdo su nombre, pero si sus clases. Con él comencé a descubrir otra literatura y otras lecturas. No sé si mejores o peores, pero si diferentes. En sus estructuradas clases, aparecía siempre con dos o tres libros que  estaban prolijamente forrados con papel trasparente, que enfatizaba, evitan su deterioro pero que permite ver la tapa.
Comentar libros por fuera del programa establecido era la única libertad que se daba en los últimos diez minutos de clase y para mí era un disfrute. No parecía  importarle si a los alumnos les  interesaba lo que decía, pero con el  descubrí autores y libros.
No recuerdo porqué en ese libro, recomendado y comentado por un docente no querido, fue donde gasté aquel poco dinero que me daban mis padres. No le hice caso y no lo forre con papel transparente. Sus hojas ásperas y de muy mala calidad están amarillas, los colores de su tapa casi no existen y sus puntas deterioradas. Pero su trama y  personajes  nunca se me olvidaron.
Ese  libro, fue el inicio de “mi”  biblioteca, con “mis” libros, que puede no ser buena, pero es mía,  guarda mis lecturas, es mi respaldo laboral e intelectual y esconde  secretos. Es mi historia, mis estudios, mis aventuras.  Es una biblioteca abierta como lo hacía mi abuelo,  pero –lista de nombres mediante-lo que se va, tiene que volver.
Ese libro, “En el país de las sombras largas” de Hans Ruesch, recomendado por un profesor que no era “políticamente correcto”, no fue el primero ni el mejor de los que han pasado por mis manos. Fue el inicio  de muchos libros, que yo elegí, compre,  compartí y de una biblioteca cuya  primeras tablas fueron puestas por aquel abuelo  emigrante, español, carpintero pero que hoy lo sé no era comunista y si anarquista.


Daniel Fernando Otero Carballo.

Montevideo-Uruguay

                                                           Fue el inicio.                             "No hay acto que no sea cor...